Posteado por: oceanido | septiembre 22, 2021

Día de limpieza en el Jardín Botánico de Acapulco

Por: Efrén E. García Villalvazo

Un vigoroso ejemplar de Peltogyne mexicana (palo morado) se yergue en el medio de una cañada cubierta de selva mediana caducifolia, aquella que rodea (o rodeaba) buena parte del anfiteatro porteño.  Su madera es dura y pesada, con un centro de un bello color purpura obscuro que la vuelve sumamente preciada para ebanistería de alta calidad.

Madera de palo morado

Un poco más allá se aprecia un árbol de Artocarpus heterophyllus (yaca), con grandes frutos que atesoran un interior carnoso de color entre amarillo y naranja.   Su jugo es ligeramente ácido y profundamente dulce, con un sabor que recuerda a una mezcla de mango con naranja.  Es buena fuente de antioxidantes y se sabe que ayuda a controlar la presión arterial y a mantener una vista saludable.

Muy cerca la fronda de un Astronium graveolens (palo culebro o amargoso) vuelve fresco el ambiente, además de que la gente dice que las culebras mazacuatas lo prefieren para enredarse y pasar el calor del día a su sombra.    El nuevo sendero de Bromelias y el Arboreto de muy reciente creación muestran a dónde apuntan las ambiciones ecológicas de un grupo decidido de gente pro ambiente que ha llegado a la conclusión de que un futuro verde es lo que conviene a Acapulco y al planeta.

El Jardín Botánico de Acapulco se ha vuelto una institución en el puerto, y por méritos propios.  Desde sus inicios ha demostrado poder lograr ese delicado equilibrio entre la conservación de los elementos vegetales nativos y una colección de plantas “invitadas” como ejemplos de expresión del espíritu vegetal, que no deja de asombrar por su diversidad, colores, propuesta de adaptación y, por supuesto, su fragilidad.  Sabiendo de esta debilidad inherente a los sistemas que conservan la naturaleza es que el jardín lleva a cabo convocatorias de participación ciudadana en las que busca contagiar su emoción por la conservación y proteger con un escudo de conciencia ciudadana-ambiental este reservorio de riqueza florística.

El pasado sábado 18 de septiembre se celebró el World Clean Up Day 2021 y el centro de interés fue la cañada que cruza a lo largo de la cuenca del Parque Bicentenario, corazón de clorofila que se continúa ladera abajo con el Jardín Botánico. Gente de toda condición socioeconómica, edad, nivel de conciencia civil y ambiental o simplemente con ganas de hacer “algo” por su ambiente se dieron cita para ayudar a limpiar la preciosísima cañada.

Después de haber escuchado las palabras entusiastas y agradecidas de doña Esther Pliego de Salinas, esforzada impulsora del hermoso jardín y por rebote del muy importante Parque Bicentenario, nos dispusimos a desplazarnos con cuidado por los enormes pedruscos que son el sustrato principal de la cañada, poniéndonos a pensar en el potencial destructivo que podría tener el agua que por ahí corre libre y que tuvo la fuerza para mover desde la parte alta de los cerros tan masivas rocas de granito de biotita.  Es la vegetación del parque y la cañada la que ayuda a atemperar esta fuerza de la naturaleza que se puede desatar arrasadora con cualquier ciclón o lluvia abundante, de esa que conocemos tan bien en Acapulco.

Llama la atención la mezcla de lo natural y lo artificial, y cómo la primera fracción -hojas, jirones de corteza, fibras vegetales- llevan a cabo una jornada corriente abajo para fertilizar, de manera natural, el mar.  La fracción restante formada por el plástico -por el contrario- se acumula, se fragmenta, bloquea el libre paso del agua y descompone la delicada maquinaria que conforma este ecosistema ripario.  Tomo una foto de un trozo de bambú y un tubo de PVC, uno al lado de otro, y mentalmente les asigno una etiqueta: biodegradable para el bambú, no-biodegradable para el PVC.  ¿Tan difícil es?  Lo que se pudre en condiciones de temperatura y humedad normal es lo biodegradable.  Lo demás, no lo es.

Biodegradable — No-biodegradable

Mirando con cuidado, una muñeca Barbie con larga cabellera desgreñada y cubierta de lodo aparece entre jirones de vegetación y plástico atorados entre dos rocas.  Tomo una foto de ella teniendo como fondo las grandes rocas del arroyo y se convierte en la imagen viva de la bruja maldita de la cañada, que con la mirada desorbitada de sus ojitos de plástico nos muestra como aún con su reducido tamaño puede afear este bello paraje.   Veo también una ranita brincando sobre la arena acumulada en un remanso del rio.  La tomo con cuidado y un niño que estaba cerca comienza a gritar asustado apuntando con su dedo hacia ella.  Su mamá, nacida y crecida en otra época, le dice que solo es una ranita y que no hace nada.  Yo le digo que por esa ranita es que estamos todos ahí, limpiando “su” río.

Deslizo mi mirada corriente abajo y veo la delicada siembra de toscos bloques de roca color grisáceo rodeados de vegetación abundante y árboles de gruesos troncos; los comparo después contra otros cauces que van a parar a la bahía más bella del mundo.  No todos son tan afortunados como éste, en que el agua corre libre y transparente con una contaminación con plásticos en verdad mínima.  El olor del sistema lo dice todo.   Huele a…¡ agua limpia! Las pequeñas cascadas brincando a lo largo del trayecto del Jardín Botánico arrancan de la superficie del arroyo moléculas de agua que flotan formando un domo de frescor y aroma que devuelve la calma al visitante, con virtudes casi terapéuticas.  Es la caricia delicada de la madre naturaleza a sus hijos que a mano y entre rocas resbalosas le ayudan a deshacerse de lo que la mancilla.

                     Pero, ¿de dónde viene toda esta contaminación?  ¿Quién se atreve a manchar de manera tan grotesca esta obra maestra que nos enseña lo perfecto de la Creación?  Son ellos, “los de arriba”.  Siempre son los de arriba.  Los habitantes de la parte alta de la cuenca, con asentamientos deficientes de servicios como recolección de basura y disposición adecuada de aguas residuales son los que alimentan este ataque continuo a lo natural. A veces son unas pocas casitas, a veces colonias completas, o unas pocas casitas que se convierten rápidamente en colonias completas, todas desarrolladas con un modelo urbano viciado que privilegia solo la ocupación del terreno, sin respetar condiciones de sustentabilidad o una mínima consideración por la dignidad y/o la conservación de la vida humana.

 A veces “los de arriba” son la clase política, que de manera descarada y haciendo uso de sus privilegios como funcionarios públicos o diciéndose miembros de un partido que en ese momento las puede, invade en nombre de un supuesto derecho a un lugar para vivir para unos pocos, destruyendo y poniendo en riesgo para muchos el derecho no solo a una vida digna sino a la conservación de la vida misma al abrir frentes de erosión acelerada y derrumbe catastrófico en las partes altas del anfiteatro porteño, al igual que sucede en estos momentos con la invasión al sur de la colonia Chinameca en pleno polígono oriente del parque El Veladero y que ha afectado, como pudimos ver, a la calle de Lomas del Mar.  Sé que resulta incómodo preguntarlo pero, ¿quién va a pagar por recuperar la cubierta vegetal dañada en esta invasión que por el momento se detuvo?¿Y por los daños en la infraestructura urbana?

En la Ley Federal de Responsabilidad Ambiental se menciona en su artículo 10  que: “Toda persona física o moral que con su acción u omisión ocasione directa o indirectamente un daño al ambiente, será responsable y estará obligada a la reparación de los daños, o bien, cuando la reparación no sea posible a la compensación ambiental que proceda. De la misma forma estará obligada a realizar las acciones necesarias para evitar que se incremente el daño ocasionado al ambiente”.  Me pregunto si la autoridad ambiental federal estará preparando el corolario a la intervención que llevaron a cabo a principios del mes de septiembre en ese lugar que se ha convertido en el símbolo negativo máximo de lo que representa y afectan las invasiones a áreas naturales protegidas, y en este caso, a las colonias pendiente abajo del parque que estarán a partir de ahora en riesgo continuo.

Este proceso destructor de la vida natural y de las condiciones de protección civil se repite también en el precioso Parque Bicentenario, esa área natural protegida de orden estatal que está siendo carcomida por invasores de todo tipo que arrancan a dentelladas pedazos de terreno para “tener donde vivir”.  Hay huellas inequívocas de que hay gente de arriba que como sabemos funcionará como punta de lanza para facilitar las invasiones.  Y esta punta de lanza apunta al corazón verde del ecosistema ripario que tan cariñosamente acicala y protege el Jardín Botánico. 

Al retirarnos del margen de este río joven e impetuoso nos preguntamos por cuánto tiempo mas se podrá mantener.  Si los de arriba afectarán a los de abajo, o si los de abajo -que en realidad son los de arriba- podrán evitar que este asunto vaya más arriba sabiendo que los de abajo (o arriba) solo son peones en una partida de ajedrez, que sabemos, solo ganan los que siempre están arriba. 


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